En Coruña el chocolate con churros y las patatas fritas se llaman Bonilla a la vista
En muchas ciudades y pueblos es frecuente encontrar negocios locales que son tan seña de identidad de esas poblaciones como los monumentos, la arquitectura o el paisaje. En la ciudad de A Coruña uno de esos negocios es Bonilla a la vista, con su chocolate con churros y sus patatas fritas.
A buen seguro que si a un coruñés que reside en otro lugar le preguntas que echa de menos de su ciudad, sin duda que en la lista de las diez primeras cosas estará tomarse de vez en cuando un chocolate con churros en alguna de las churrerías de Bonilla a la vista. También apostamos porque defenderá a muerte, en cualquier discusión que se tercie, que las mejores patatas fritas del mundo son las de esta marca local. Los churros y las patatas, una combinación poco ortodoxa sobre la mesa, son las dos líneas de negocio de una empresa familiar ya tan ligada a la ciudad de A Coruña como la Torre de Hércules, Riazor, el Depor o Zara.
Bonilla a la vista tiene actualmente cinco churrerías por toda la ciudad, pero el local de obligada visita, sobre todo la primera vez, es el de la calle Galera, el primigenio. Sus dos plantas, casi siempre a rebosar a la hora del desayuno y de la merienda, conservan el toque años cincuenta, década de su apertura. Es el rito obligado en cualquier inmersión coruñesa que se precie de serlo.
¿Es el cacao?; ¿es la masa?; ¿es la fritura?; ¿es el aceite de oliva?; ¿es la textura?; ¿es el sabor?… Seguro que una combinación de todo lo anterior porque, a pesar del éxito, su chocolate con churros no ha perdido un ápice del sabor de siempre. Sorteando la tendencia de la primacía de la cantidad y la ganancia sobre la calidad, tan extendida en las últimas décadas, esta empresa familiar no ha renunciado nunca al principio de las cosas bien hechas. Algo que los clientes notamos y apreciamos.
¿Y las patatas?
La cadena de churrerías, fáciles de reconocer por su logotipo –un esquemático velero azul navegando sobre unas sencillas olas azules- es una de las patas de la empresa, creada y dirigida por la familia Bonilla desde hace tres generaciones. La otra es la fabricación de patatas fritas.
Fueron lo primeros en garantizar la fritura con aceite de oliva, se esmeraron en el corte justo, buscaron las mejores patatas del mercado y añadieron su toque personal con la sal marina. Otra vez la calidad y las cosas bien hechas por encima de todo. Y lo volvieron a hacer: los coruñeses se rindieron a sus chips como antes lo habían hecho ante su chocolate con churros.
Hoy ya no solo se comercializan en tiendas y supermercados coruñeses o se consumen en los bares y cafeterías de la ciudad. Las patatas de esta marca están presentes en toda España y en EEUU, Holanda, Reino Unido o Francia. Los últimos en rendirse a ellas han sido los coreanos del sur. Este país asiático ha enloquecido con ellas. En solo dos horas se vendieron absolutamente todas las patatas Bonilla a la vista que desembarcaron, por primera vez, en aquel país.
Buceando en su historia, a través de la web de la empresa, sabemos que todo empezó en 1932 con Salvador Bonilla, padre del actual propietario, y un pequeño puesto de feria con el que recorría los pueblos para vender churros y patatas fritas.
El actual propietario, César Bonilla, continuó con el negocio de las chips familiares, repartiéndolas por las cafeterías de la ciudad en latas retornables de un kilo. En 1958 decidió abrir su primera churrería en la calle Galera de A Coruña. El éxito fue tal que se vio obligado a dejar temporalmente la producción de patatas fritas por la imposibilidad de atender la demanda. Lo hacían todo a mano.
En 1988, sin embargo, decide retomar su primera actividad e inaugura la actual fábrica de sus patatas fritas en el polígono de Sabón (Arteixo, A Coruña) y desde ahí están conquistando a los consumidores de un mercado cada vez más amplio como fidelizaron, desde un principio, a sus primeros y principales clientes, los coruñeses.